postulación BIA-AR 2016.
Proyecto: arqs. Paz Castillo y Carolina Kogan
Colaboradores: Eduardo García Izaguirre y Simona Solorzano
El
proyecto se desarrolló para un lote de 26mts. de frente por 45mts. de fondo, levemente
trapezoidal, ubicado en el barrio privado El Encuentro, en el partido de Tigre.
El
frente del terreno –de orientación sudoeste– tiene vista directa a la laguna
principal, que se despliega irregularmente bordeando el otro lado de la calle.
Sobre esta costa irregular se estructura el loteo del sector noreste del
barrio.
El
fondo del lote –hacia el noreste– linda en forma directa con otra laguna,
pequeña y alargada, que lo separa de los sectores comunes del barrio y del
camino de acceso.
A
10mts. del frente, del lado izquierdo del lote, preexistían dos eucaliptos frondosos
de una altura aproximada de 12mts. Otro eucalipto de altura similar remataba el
fondo del terreno, en este caso, por fuera de los límites construibles.
Dados
los retiros establecidos por el reglamento de construcción, la superficie
edificable se acotaba a un polígono de aproximadamente 20x23mts. que incluía
los dos eucaliptos frontales. Este hecho, y la firme decisión de incorporar los
árboles al proyecto, determinó la configuración del volumen, tanto en planta
como en alzado, que se “acomodó” a estos condicionantes definiendo una
geometría también irregular que remataba con el despliegue de las cubiertas
inclinadas hasta la máxima altura de 8,60mts. en el nudo de las cumbreras.
El proyecto se definió desde un principio con una materialidad compuesta, que reservaba al hormigón y al metal, las funciones estructurales y a la mampostería de muro doble con cámara de aire, los cerramientos exteriores opacos. La presencia de grandes carpinterías de aluminio completaría los cerramientos verticales, cuando se necesitara de la transparencia, la apertura y la relación visual con el exterior, más como planos de cierre que como vanos en el muro.
La distinción constructiva
entre estructura y cerramiento, quedó disuelta en una expresión material
homogénea, dada por el revoque de terminación superficial, que apenas distingue
un leve cambio de tonalidad entre las distintas partes que interactúan en la
volumetría general.
El cambio material mas
evidente se produce en el plano quebrado de la cubierta, de pizarra negra,
donde un rehundido define el corte del muro para dar lugar a las distintas
salientes del techo.
La diversidad de lógicas que
convergían en la cubierta, tensaban fuertemente el despliegue de su perfil. La coordinación
de las necesidades formales externas y las de la variación del espacio
interior, a veces coincidentes y otras no, permitió definir pendientes de
faldones, alturas máximas y mínimas, aperturas, escurrimientos, siempre buscando
que ambas situaciones se potenciaran en esa tensión.
Por
este motivo, la estructura de la cubierta se convirtió en un tema en sí mismo
al cruzar problemas muy específicos de estática, geometría, forma y resolución
constructiva.
Lograr sistematizar tal
complejidad de convergencias, nos llevó a estudiar esta pieza
independientemente. Esto permitió definir una suerte de catálogo de
resoluciones estructurales y constructivas relacionadas a los distintos
encuentros que se producían.
Un
sistema de escaleras concatenadas, diferenciadas por niveles, estructura el
espacio de recorrido vertical que fluye hacia el punto más alto de la cubierta
mientras se despliega diagonalmente en busca de luz natural y vistas –tanto
internas como externas.
El
primer tramo, de mayor jerarquía, se ubica en una posición casi central de la
planta articulando el cambio de dirección de la misma con una suave curvatura
que induce el movimiento de ascenso a la vez que el de acceso a la planta baja
pública.
Una
vez llegados al primer nivel, un tramo de escalera se vuelve sobre la anterior envolviendo
el espacio recién recorrido, para acceder al dormitorio principal, medio nivel
mas elevado. En este movimiento, van apareciendo las copas de los eucaliptos
que quedan casi al alcance de la mano al llegar al descanso.
En
la misma dirección del quiebre final del primer ascenso, se despliegan unos
escalones que inician la subida al entrepiso. Desde allí se abre un vano con
vista al estar de planta baja mientras se vuelve a girar, en sentido contrario.
El último tramo de escalera, diferenciado claramente de esta plataforma
ascendente, busca encontrarse con el punto
de mayor altura. Es en este último espacio donde la cubierta encuentra la total
coincidencia formal con el cielorraso interior, abriendo visuales al exterior
en sus líneas de quiebre.
La
búsqueda espacial interior se centró en la variación y la transición.
Mientras
la volumetría exterior se moldeaba para acomodarse al terreno, desde el
interior se trabajaban paralelamente las perspectivas diagonales en busca de
vistas intencionadas, ocultamientos y aperturas.
El
espacio interior resultante, no es un espacio que se reconozca por su unidad
formal, sino por tratarse de una sucesión articulada de espacios variables –aunque continuos
en muchos de los casos– tensados por cambios más o menos significativos de
altura, proporción y/o direccionalidad.
Esta
“continuidad variable”, la definen tanto solados, como muros y cielorrasos –aunque difícilmente
una alteración en el solado se replique sincrónicamente en el cielorraso y en
los muros, más bien los pasajes se van anunciando lentamente, encadenados,
nunca simultáneos.
El
trabajo sobre el poché permitió
resolver sutilmente las transiciones de espacios morfológicamente diversos. Los
espesores generados entre dos situaciones adyacentes de cierta autonomía
formal, permitieron ubicar lugares de guardado, muebles, nichos, mientras
articulaban esos pasajes.